La ciudad de Roma era la capital del Cristianismo y debía expresarse en todos los campos artísticos y no artísticos con la nueva corriente cultural de la época: el Barroco. Es por ello que el Papa Sisto V encargara la transformación urbana a Domenico Fontana, arquitecto del Renacimiento tardío, con la construcción de nuevos viales, viales que conectarán los grandes y renombrados centros religiosos de la ciudad con amplias avenidas logrando que Roma sea el punto central de todo el territorio italiano y del Cristianismo. Roma debía ser la ciudad a seguir, la ciudad de referencia del esplendor religioso donde sus iglesias se remarcaban con obeliscos egipcios que se podían observar desde diferentes partes de la ciudad y que llamaban a sus proximidades a los fieles. Las cúpulas también tuvieron y tienen un marcado punto focal al visitante que se acerca a Roma.
Hemos de recordar que la ciudad del amor se asienta en siete colinas y por tanto en su visita siempre encontramos sitios con una cota privilegiada influyendo en el urbanismo con hitos de grandes dimensiones. La plaza pasó a ser el centro de congregación religiosa, se necesitaba más que nunca el acercamiento con las personas y su implicación con la religión que poco a poco iba perdiendo su relevancia en la sociedad. Recordemos también que durante este periodo la Basílica de San Pedro fue inaugurada (1626) con la finalidad de engrandecer Roma, ensancharla con nuevas avenidas y convertirla en una ciudad de peregrinaje, fluida con el resto. Absolutismo, uniformidad, línea recta, perspectiva monumental.
Hasta ahora el cambio no transformaba la ciudad solo se fijaba en pequeñas partes de la ciudad como las fachadas. En este periodo las cosas cambian y logramos tener un cierto sentido de implicar en la proyectación, más aspectos que los meramente particulares. Esquemas que primeramente tienen su aplicación en los jardines y que después se trasladaran a las ciudades. Obeliscos en las plazas más importantes e iglesias en estas, todo ello conectado con grandes ejes viales para la llegada masiva de peregrinos.
Hemos de recordar que la ciudad del amor se asienta en siete colinas y por tanto en su visita siempre encontramos sitios con una cota privilegiada influyendo en el urbanismo con hitos de grandes dimensiones. La plaza pasó a ser el centro de congregación religiosa, se necesitaba más que nunca el acercamiento con las personas y su implicación con la religión que poco a poco iba perdiendo su relevancia en la sociedad. Recordemos también que durante este periodo la Basílica de San Pedro fue inaugurada (1626) con la finalidad de engrandecer Roma, ensancharla con nuevas avenidas y convertirla en una ciudad de peregrinaje, fluida con el resto. Absolutismo, uniformidad, línea recta, perspectiva monumental.
Hasta ahora el cambio no transformaba la ciudad solo se fijaba en pequeñas partes de la ciudad como las fachadas. En este periodo las cosas cambian y logramos tener un cierto sentido de implicar en la proyectación, más aspectos que los meramente particulares. Esquemas que primeramente tienen su aplicación en los jardines y que después se trasladaran a las ciudades. Obeliscos en las plazas más importantes e iglesias en estas, todo ello conectado con grandes ejes viales para la llegada masiva de peregrinos.
